Donde hay respuesta a cada oración
No debemos suponer que simplemente porque somos cristianos
hemos aprendido el secreto de permanecer en Cristo. Jesús dijo: “Si permanecéis
en Mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y os
será hecho” (Juan 15: 7). Permanecer en Él es vivir en incesante fusión con Sus
pasiones. Es haber encontrado la morada de Dios donde no existe ninguna barrera
o sombra entre nuestra debilidad y Su suficiencia, o entre nuestro anhelo y Su
cumplimiento.
Considerando la magnitud de las promesas de Dios, en realidad
es una desgracia que la mayoría de nosotros no tenemos más que unos minutos de
devoción cada día y uno o dos servicios de iglesia cada semana.
El refugio de Dios no es sólo un lugar para visitar a Dios,
es también un lugar para morar con Él. Para aquellos que conviven con Dios, Su
presencia no es meramente nuestro refugio; es una dirección permanente. Cuando
estamos permaneciendo en Cristo, así como Él y el Padre son Uno, también nos
volvemos en uno con Él. Su vida, Su virtud, Su sabiduría y Su Espíritu es lo
que nos sostiene. Nos volvemos perfectamente débiles, incapaces de resistirle.
Al igual que la relación del Hijo con el Padre,
no hacemos nada por nuestra propia iniciativa a menos que sea algo que
le veamos hacer. Si Él no nos exige nada más que nuestro amor, estamos bien
contentos. Jesús es nuestra primera opción, no nuestro último recurso.
Para aquellos que han entrado al lugar de habitación,
nuestras preguntas no son acerca de doctrinas o acerca de pronunciar la oración
correcta en el altar. Hemos encontrado a Aquel a quien nuestra alma ama.
Estamos limitados y guiados por Su voz, entregados y encarcelados en Su amor.
Él dice, “Paloma mía, en las grietas de la peña, en lo
secreto de la senda escarpada, déjame ver tu semblante, déjame oír tu voz;
porque tu voz es dulce, y precioso tu semblante” (Cantares 2:14).
Esta comunión de corazón entre Cristo y Su esposa es una
fortaleza. Es el refugio de Dios para las angustias y distracciones de la vida.
Aquí Él nos dice qué orar; aquí nuestras súplicas son contestadas. Sin embargo,
a pesar de nuestros defectos y la debilidad de nuestras oraciones, para Él
nuestra voz es dulce; a pesar de nuestra pobreza, nuestro aspecto es hermoso a
Sus ojos.
En el seno de Cristo
¿Qué somos para Jesús? ¿Nos ha dado la vida solamente para
probar Sus habilidades creativas? No. Existimos para el cumplimiento de Su
amor.
“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó
hasta el fin” (Juan 13:1 LBLA).
Usted es amado por el Señor. Él le valora. Jesús murió
personalmente por cada uno de nosotros; Él ora al Padre por nosotros por
nuestro nombre. Usted dice: “Pero estoy lleno de temores, envuelto con
fracaso”.
Él dice, Padre, quiero que los que me has dado, estén también
conmigo…, para que vean mi gloria” (Juan 17:24, LBLA).
Cristo nos aprecia porque somos un regalo del Padre a Él.
Jesús sabe que el Padre sólo da buenas dadivas (Santiago 1:17). Sí, somos
imperfectos, pero Cristo nos ve en nuestra plenitud completa. Viendo el fin
desde el principio, Él nos recibe con alegría.
¿Y qué clase de regalo somos? ¿Somos una recompensa, o quizás
un desafío? No. Somos Su novia. La mirada de nuestros ojos hace que su corazón
lata más rápido (Cantares 4: 9). Y es aquí, en el amor que compartimos con
Jesús, que estamos seguros en el refugio de Dios.
Señor, perdóname por la inconsistencia de mi compromiso
contigo. Maestro, con todo lo que soy, deseo una comunión inquebrantable
contigo. Incluso ahora, moldéame para encajar perfectamente en Tu presencia,
para que yo viva en unidad contigo, para que viva fortalecido por el impulso de
Tu voluntad.
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